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  • Foto del escritorLeonardo J. Espinal

QUIZÁS EN OTRA VIDA

Actualizado: 15 ago 2021

Autor: Leonardo J. Espinal

Originalmente publicado en NΩX

Arte: Mala Santa

Mala Santa

Dedicar los últimos treinta años de su vida exclusivamente a estudiar las leyes de la física nunca le proveyó algún tipo de beneficio social, por lo que a altas horas de la noche en el borde del acantilado costero que tanto frecuentaba, bajo el imponente caos de la tormenta eléctrica que asediaba la víspera de su cumpleaños número cuarenta y uno, Celeste, se encontraba en plena compañía de las olas del mar rompiendo contra la base del acantilado y las centelleantes estrellas que yacían en lo más alto del sublime cielo nocturno. Y por si fuera poco, miraba a estas últimas fuentes de luz astral con un par de ojos sumamente tristes que enmascaraban un resentimiento subyugado, pues resentía todo aquello que algún día llenó su corazón con los sentimientos más auténticos de asombro e intriga. Una pasión floreciente de una semilla plantada en su niñez, llevándola a dedicar su vida entera a ese entrañable oficio, ese llamado...esa obsesión, la cual no es nada más y nada menos que el estudio de las leyes que gobiernan nuestro universo. Esperanzada con la idea de algún catártico día encontrar las elusivas respuestas que el cosmos tanto se esmera en ocultar. Sin embargo, ya habían transcurrido casi tres décadas desde aquella inolvidable noche en la que una estrella fugaz maravilló su joven existencia y los fascinantes secretos del cosmos permanecían ocultos en la vastedad del universo en constante expansión.

Celeste apenas tenía once años cuando una estrella fugaz de fantasía iluminó el levemente contaminado cielo nocturno; una imagen que se plasmó eternamente en la superficie de sus impresionables ojos miopes. Esto ocurrió mientras se mecía en el columpio del majestuoso roble en la cima de la verdosa colina que velaba por la ahora nostálgica casa de campo de sus padres. Un evento que marcaría un antes y un después en su vida al experimentar un asombro sin igual, sembrando una semilla de intriga en su latiente corazón de niña. Al día siguiente, inundó a sus padres con un diluvio de preguntas acerca del fenómeno luminoso, pero el conocimiento que ellos tenían al respecto era muy limitado y se sorprendieron al escuchar acerca de la estrella fugaz, ya que estaban completamente seguros de no haber visto tal cosa durante la noche, lo cual se convertiría en algo extrañamente recurrente, debido a que las demás personas nunca parecían ver las numerosas estrellas fugaces que Celeste presenciaría a lo largo de su vida. Si bien sus padres eran desprovistos de todo conocimiento astronómico relevante, no dudaron en apoyarla con su nueva pasión, por lo que al día siguiente la llevaron a la biblioteca más grande y antigua de la ciudad, donde encontró una gran riqueza de libros sobre el espacio, sus astros y sus pertinentes leyes físicas. Una vez devuelta en el columpio de la colina durante un alentador atardecer, acompañada por una docena de libros por leer, no tardó en aprender que el término ‘estrella fugaz’ es impropio del fenómeno luminoso que tanto la asombró, por el simple hecho de que no se trata de una estrella, sino de un meteoro atravesando la atmósfera a una grandísima velocidad. También aprendió que la estrella más grande de nuestro sistema solar, la vía láctea, es el mismísimo sol, cuyos rayos puntualmente entraban por su ventana a las seis de la mañana, y que la inmensa cantidad de luces astrales que vemos en el cielo nocturno son otras estrellas como nuestro sol, solo que estas se encuentran a millones de años luz de distancia, haciéndolas parecer puntos fijos de luz desde nuestra limitada perspectiva. Estos pequeños descubrimientos solamente sirvieron para propulsar su ya inmaculado interés por el espacio y todo lo que le concierne a alturas sin precedentes, directamente impulsándola a leer cientos de libros sobre física y astronomía a lo largo de su adolescencia; la teoría de la relatividad de Einstein siendo el tema que más la cultivó. Y al graduarse del colegio con honores, naturalmente no dudó en estudiar astronomía para después continuar sus estudios con una maestría en física y un posterior doctorado en astrofísica, dedicando cada aspecto de su vida diaria al estudio y la observación de las leyes que dictan la realidad de nuestro misterioso universo, así como la subsecuente experimentación con las mismas en el centro de investigación astronómica número uno del país. En su agenda diaria solamente había tiempo disponible para seguir avanzando con su adorada carrera, incluso transcurrieron cinco años en los que ni se tomó la molestia de celebrar su cumpleaños, el cual eventualmente festejó gracias a la insistencia de sus padres, quienes empezaron a visitarla a menudo una vez vieron la verdadera escala de la obsesión que su querida hija tenía con su oficio, así como la notoria negligencia ante todos los demás aspectos de su vida, como una alimentación que se limitaba a consumir cantidades insanas de café, descanso que no pasaba de cinco horas diarias, ejercicio sumamente nulo e interacciones sociales igualmente inexistentes. Hicieron todo en su poder para impulsarla a tomar días libres, con esperanzas de despejar su fugaz mente atiborrada de preguntas infinitas y la posterior angustia que estas incógnitas le causaban. No obstante, resultó ser totalmente imposible separarla de sus estudios por tan solo un día. Así que siguió con su rutina diaria de trabajar y estudiar durante el día y observar el cielo nocturno con su telescopio portátil por las noches en el acantilado costero, caracterizado por la refrescante brisa marina y el calmante, incluso terapéutico, sonido de las olas rompiendo contra la base del mismo, sumando a un lugar de serenidad y meditación interna que básicamente representaba su segundo hogar.

Sábado 14 de agosto, a tres horas de su cumpleaños número cuarenta y uno bajo el asedio de una inesperada tormenta eléctrica. Las cosas habían cambiado drásticamente, ya que por primera vez se encontraba ansiosamente esperando la llegada de sus padres para así celebrar su cumpleaños en compañía de ellos. Para su sorpresa, pasaban las horas a un ritmo agonizantemente lento y no había indicio alguno de su llegada; ni siquiera se dignaban de contestar sus frecuentes llamadas. Eventualmente, su reloj de sala anunció el desagradable arribo de la media noche, en lo que se encontraba incómodamente sentada en la orilla de su sofá mientras inconscientemente sosegaba su angustia mordiéndose las uñas, únicamente compartiendo su atención visual con el reloj y la entrada principal. Su corazón se congeló por un segundo cuando por fin escuchó un par de pasos en el porche de su casa. Sin pensarlo dos veces, se levantó de un golpe, tropezándose torpemente en el proceso, y abrió la puerta de una manera evidentemente agraviada. Su emoción se esfumó de un segundo a otro al ver que los pasos no provenían de sus padres, sino de una pareja de policías que también compartían un evidente nerviosismo, quedando completamente pálidos apenas Celeste abrió la puerta.

—¿Celeste Wilson? —preguntó uno de los policías cuando se le dificultaba mantener contacto visual con ella, aferrándose de su gorra policial al no saber qué hacer con sus sudorosas manos.


—Sí, ¿a qué se debe esta visita? —respondió Celeste de manera desconcertada, sintiendo la exponencial aceleración de su corazón. Ambos policías se vieron las caras pálidas justo después de escuchar su respuesta, como si se estuviesen incitando el uno al otro a seguir con la incómoda conversación.


—Sus padres, Anna y Henry Wilson, iban a bordo del vuelo número 97 de aerolíneas Ava, ¿cierto? —balbuceó el segundo policía.

—Así es, se supone que ya deberían estar...disculpe, ¿pero qué está pasando?. —Sintiendo como sus temblorosas piernas empezaban a debilitarse con el pasar de los segundos en los que un desgarrador presentimiento se formaba en su mente. El policía la miró fijamente y tomó un profundo respiro antes de convertirse en un deplorable mensajero de tragedia.

—Lamentamos informarle que dicho vuelo sufrió dificultades técnicas...por lo que se estrelló a aproximadamente treinta kilómetros del aeropuerto....y ya confirmaron que no hay sobrevivientes —prosiguió luego de recolectar todas sus fuerzas para hacer frente a la horrorosa tarea de informar a una hija sobre la muerte de sus padres. La repentina brisa nocturna recorrió el paralizado cuerpo de Celeste mientras sentía una creciente escasez de aire en sus pulmones que rápidamente debilitó sus ya endebles piernas, viéndose forzada a apoyarse de lo primero que sus tremulantes manos pudieron aferrarse, siendo el brazo de uno de los policías, quien inmediatamente la atrapó para salvarla de una estrepitosa caída. Celeste no pudo evitar sucumbir ante el peso de toda una vida dedicada al estudio de lo que ella había denominado como su único llamado. Días y noches sin descanso alguno para expandir sus conocimientos e interacciones sociales que nunca pasaron a más que saludos ordinarios entre colegas con el ingenuo propósito de evitar todo tipo de distracción. Tanto sacrificio para solamente terminar sollozando en compañía de desconocidos en la víspera de su cumpleaños sin sentir el más mínimo sentido de gratificación o paz mental, puesto que después de tres décadas la ahora doctora en astrofísica no sé encontraba más cerca de obtener las agobiantes respuestas del universo que aquella inocente niña columpiándose en la melancólica colina que velaba por su hogar, al cual fervorosamente deseaba regresar con cada fibra de su ser para así en cambio dedicar su desdichada vida al cuidado de sus recién difuntos padres. Treinta años que representaban el epítome del arrepentimiento, estos resumidos en un desgarrador instante en el que un sentimiento reinaba por encima de todos: rencor, rencor consigo misma por desperdiciar los contados momentos que tuvo con sus padres en la última década y con el mismísimo universos después de dedicarle toda su vida para solamente recibir decepción y tragedia a cambio.

Un par de horas después, habiendo despachado a los policías, Celeste se encontraba completamente empapada en el aciago acantilado costero con sus rencorosos y enrojecidos ojos fijados en el cielo nocturno, maldiciendo el día en que la desgraciada estrella fugaz la inspiró a perseguir los secretos del cosmos. Todo ello mientras la insomne tormenta eléctrica convertía al mar en un ser verdaderamente indomable. Y como si el universo encima tratase de burlarse en su cara, de repente, una centelleante estrella fugaz perturbó el solemne umbrío de la noche. Curiosamente idéntica a la que desencadenó todos los sucesos en su vida que parecían haberla llevado a este preciso momento en el que cada atisbo de atención en su mente fue hipnotizado por el esotérico aura de la estrella fugaz, sintiendo como esta alivianaba el atosigante peso que asfixiaba su existencia, incitándola a perseguir ese cálido sentimiento de paz absoluta hasta el mismísimo fin del mundo, fuese donde fuese, o incluso hasta en otra vida lejana si fuera necesario. Tal fue su necesidad de nunca perder ese maravilloso sentimiento de serenidad que involuntariamente empezó a dar pasos cortos y titubeantes en dirección a la estrella fugaz, cuando de repente, su estado hipnótico fue sacudido bruscamente por la cruel e inflexible naturaleza de la vida cuando uno de sus pasos no recibió soporte alguno. Lamentablemente, la caída no fue para nada como en las películas, pues se sintió como un simple pestañeo en el que ni hubo tiempo de revivir su vida en un fugaz abrir y cerrar de ojos; de todos modos hubiese sido de muy mal gusto recordar cada uno de los amargos momentos que la llevaron a su mundana e inadvertida muerte, en la que su magullado cuerpo era tragado hasta las más recónditas profundidades del reino de Poseidón.

***

—Pésimo día para recurrir al acantilado —bromeó una calmante voz después de experimentar un tiempo indefinido a través de un cuerpo etéreamente ligero en el que Celeste, como una hoja felizmente flotando en la superficie de una rejuvenecedora corriente, recorrió diversas y vívidas memorias que solamente se podrían describir como vidas infinitas, completamente libre de todo dolor y angustia que alguna vez atracaron su abrumadora mortalidad.


—¿Dónde estoy? —preguntó Celeste como si se acabara de levantar de una gran siesta luego de entreabrir sus ojos a un mundo arrasado por una penumbra interminable, en el cual la única fuente de luz provenía del enigmático ser luminoso con figura femenina que se encontraba serenamente sentado a tan solo un par de metros de ella.

—¿Acaso no es obvio? —respondió sarcásticamente—. Nos encontramos en el epicentro del universo, el origen de la expansión: el Edén. —Naturalmente, escuchar algo de tal magnitud no sería fácil de digerir, y para Celeste no difirió en lo absoluto. Se pellizcó a sí misma para asegurarse de no estar soñando, pero al ver que los pellizcos, sin importar cuan fuertes fueran, eran incapaces de hacerla sentir el más minúsculo sentido de dolor, simplemente quedó muda y aturdida ante la inefable cantidad de información que su mente debía procesar—. Son muchos los que sufren en alguna de sus vidas mortales, por lo tanto sería contraproducente sentir dolor en el Edén, ¿no crees? —agregó.

—Entonces...¿tú eres Dios? —preguntó Celeste cuando se le dificultaba pronunciar una sola palabra.

—Soy tú, ¿no ves que somos idénticos? —replicó con un tono ligeramente juguetón, haciendo que Celeste inmediatamente reconociera su lastimosa carencia de consciencia propia, ya que fue incapaz de notar que compartían la misma figura, a diferencia de la cara, pues el ser carecía de una—. Y así como soy Celeste Wilson, también soy tus padres, tus colegas, todas las personas conocidas y todas las que te quedan por conocer. En otras palabras, soy el conglomerado de todo y todos desde el génesis hasta el final de los días, incluso cuando ambos suceden al mismo tiempo —expresó de la misma manera que un sacerdote profesaría su sermón.

—Eso significa que tú lo sabes...todo. —Sus ojos se iluminaron como un espléndido par de estrellas—. ¿Cómo ocurrió la expansión? ¿Qué hay más allá de los quarks? ¿Cuál es la teoría unificada de la física? ¿Existen múltiples dimensiones? Exactamente, ¿qué es la gravedad? ¿Cuál es nuestro propósito?

—No me corresponde responder esas preguntas —interrumpió antes de que Celeste siguiera con sus interrogantes, apagando la ilusión que se había plasmado en sus ahora deprimidos ojos—. Pero ahora tienes la opción de decidir —agregó y se tomó un momento para acercase a ella—. Puedes quedarte en el Edén, donde tu alma lentamente recopilará todos los conocimientos adquiridos en tus vidas alternas para así llegar a las respuestas que tanto arden en tu corazón...o reencarnar en otro cuerpo para seguir disfrutando de mi regalo para la humanidad: la mortalidad.

—¿Reencarnar? —inquirió Celeste, pensando en las extrañas y diversas memorias que experimentó post mortem.

—Que no te sorprenda, pues es natural, en especial cuando sabes que es imposible tanto destruir como crear materia, por lo tanto la vida es eterna, técnicamente. Tu alma, independiente de todo cuerpo mortal e identificación de sexo, reencarnaría en otra vida como una hoja en blanco, lista para vivir nuevas emociones y experiencias...nuevas maneras de experimentar la mortalidad. Una reina o un rey, un pordiosero, algún pensador célebre de la antigüedad o del porvenir. Las posibilidades son infinitas. —El ser luminoso no pudo evitar notar la evidente expresión de impiedad pintada en la cara de Celeste después de escuchar esas palabras, las cuales aludían a una realización transcendental, de manera que decidió explicarlo antes de que ella empezara con sus interminables preguntas—. Reitero, tú ya posees estos conocimientos, no por nada estudiaste la física a lo largo de múltiples vidas. El presente, el pasado y el futuro no son más que una guía ilusoria que facilita, y que involuntariamente limita, el entendimiento del tiempo, en vista de que este es relativo, no es rígido o tangible pero si constante...tú lo sabes mejor que nadie. Y que el tiempo, la dimensión que rige nuestra realidad, posea estas características indica que su plano de existencia, el universo, también las comparte. Entonces, es posible reencarnar en lo que tú definirías como el pasado o el futuro, dado que todo y todos existen simultáneamente, incluyendo el génesis y la extinción del cosmos, haciendo que la naturaleza de la existencia sea infinita. —Celeste tomó un gratificante suspiro para luego ser incapaz de contener una radiante risa proveniente del profundo sentido de intriga que siempre residió en su corazón.

—Necesito saberlo todo...quiero quedarme en el Edén —prosiguió Celeste, saboreando una pequeña gota del océano de conocimiento que obtendría al rechazar la reencarnación y quedarse en el Edén, sin saber que estaba a punto de conocer la agridulce realidad de este. El ser luminoso chasqueó los dedos y el Edén se iluminó en un santiamén, revelando la belleza escondida de un mundo sin igual, repleto de árboles imponentes abastecidos de una inmensa variedad de hojas y frutos, praderas cubiertas por todo el espectro de colores en forma de pasmosas flores, montañas majestuosas que se extendían hasta un fantástico cielo azulado que prometía serenidad eterna y majestuosos cuerpos de agua cristalina. Y a pesar de todas esas maravillas, el Edén estaba repleto de personas cabizbajas deambulando sin propósito o ánimo alguno por los interminables campos de flores, completamente indiferentes a la inigualable belleza que les rodeaba.

—Saberlo todo tiene un precio bastante alto: la cordura, lo cual es cierto incluso en vida, pues la mayoría de las personas no estarían conformes con solamente conocer los secretos del universo, considerando que naturalmente desearían compartirlos con los demás, pero ellos simplemente te tildarían de lunática. ¿Estarías conforme con saberlo todo sin tener la posibilidad de compartirlo con alguien ignorante a ello? Todos aquí ya conocen los secretos, y como puedes ver...no es muy gratificante bajo estas circunstancias.

—¿Cómo es posible que un lugar así esté lleno de personas tan infelices? Cuando la vida ya está repleta de decepción y tragedia...no tiene sentido —sopesó Celeste.

—No denigres la mortalidad, pues incluso yo la añoro —comentó para luego tomarse un breve momento en el que observó sus alrededores antes de proseguir—. Anteriormente mencioné que el mundo está lleno de angustias, pero solo el hecho de poder sufrir cada dolor en carne y hueso hace que cada alegría sea infinitamente más dulce. Ser capaz de sentir eso te hace vastamente superior a mí, un ser inmortal que solamente es capaz de experimentar la monotonía, porque en la vida, en la mortalidad, en lo finito, es donde se encuentra la gran belleza y el verdadero placer de la existencia. —Después de escuchar esas resonantes palabras, Celeste observó el paraíso en toda su inmaculada gloria al recordar de manera cronológica cada día y cada noche desde su encuentro con la estrella fugaz, navegando a través de una marejada de emociones complejas y encantadoramente humanas que cada vez se hacían más distantes con la prolongación de su estadía en el Edén.

—Me imagino que ya hablaste con mis padres...¿que eligieron ellos?. —Incapaz de contener un par de lágrimas que corrían por su rostro al esperar la respuesta bajo el peso de una demoledora incertidumbre con atisbos de temor. El ser luminoso, a pesar de no tener rostro u ojos, la quedó viendo detenidamente por un par de segundos y finalmente le respondió.

Celeste limpió sus lágrimas a pesar de que estas seguían saliendo de sus enrojecidos ojos, le dedicó una sonrisa auténtica al ser luminoso y se acercó para susurrarle su agridulce decisión.

—No por nada fuiste la única testigo de tantas estrellas fugaces dedicadas al verdadero propósito de tu existencia —concluyó.

***

Se servía la cena en el cálido comedor de la residencia Einstein en medio de una serena víspera de otoño europea, bendecida por la silbante brisa de la noche que llevaba consigo las hojas de los árboles que ansiosamente esperaban el arribo de la primavera para florecer y decorar el ya pintoresco paisaje de Múnich.

—¡Albert, Maya, ya está servida la cena! —gritaron sus padres, Hermann y Pauline, de manera unísona desde la sala mientras Albert asomaba su cabeza a través de la ventana para ver las estrellas desde la comodidad de su cuarto, navegando a través de un sinfín de pensamientos tanto triviales como primordiales. Entre ellos, descifrar el origen de la innata atracción que las estrellas le causaban, así como llegar a entender la extraña ocurrencia del nombre “Celeste” al fijarse en ellas. Sin embargo, a pesar de las constantes reflexiones dedicadas a esos fenómenos, seguía sin comprender su naturaleza, pero era de menos, pues su mente se dedicaría a ponderar ideas mucho más transcendentales, como el entendimiento moderno de la relatividad. Y quien sabe, si no fuese en esta, quizás en otra vida llegaría a entender la particular conexión que él y una tal Celeste compartían.

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